29 Sep
BRUJA

Te invito a leer mi más reciente cuento que muestra un lado jamás visto en un personaje que no es más parte de las leyendas, sino tan real como nosotros mismos. Además, este es uno de mis proyectos con una de mis ilustraciones como portada ¿Qué les parece? :)

Espero que lo disfrutes, y ¡Que tengas una noche de lectura inolvidable! :D 



Bruja

Liza Gabriela N. Pagoada

Lecturas de una noche – 2020


Sergio caminaba despreocupado, como siempre hacía con todo. Despreocupado de la vida, huyendo del hogar porque el encierro lo volvía loco. Tras la vagancia, llegó de casualidad a un prado, el cual jamás había visto hasta ese entonces entre las colinas a su casa. Simplemente no era como cualquier otro, el viento traía un perfume a petricor fresco, las margaritas eran inmaculadas y el rocío de la mañana acariciaba sus pétalos. “Es hermoso” dijo sin aliento, viendo cómo el sol se abría paso entre los campos y el reflejo en las gotas de rocío hacía que todo brillase tan perfecto como un diamante. Atónito, Sergio admiraba la belleza que se desplegaba frente a él a kilómetros; los árboles eran más frondosos que cualquier otro que hubiese visto y estos parecían centinelas resguardando el prado colocados en lugares estratégicos.

Sergio ya no se sentía tan despreocupado como antes, se agachó frente a un arbusto de margaritas y las acarició con tanto cuidado como jamás había sentido con nada y un suspiro surgió de él al darse cuenta de que bajo su tacto las flores eran como terciopelo suave, como las mejillas de una delicada mujer. De repente el viento comenzó a soplar tan fuerte haciendo bailar las flores “Se ven alegres” dijo con una sonrisa en su rostro y el soplaba tan fuerte que entre los árboles sonaba como una melodiosa voz y en sus cabellos sentía como si el viento lo acariciase. Entonces sacó su manta y bajo un fuerte y viejo árbol la colocó para dormir la siesta; cerró los ojos y se durmió tan pronto como si hubiera sido arrullado por el suave césped debajo de la manta y la canción de las hojas de los árboles moviéndose de un lado a otro.

En sus sueños, una mujer vestida de blanco y tan brillante como el reflejo del sol, surgió por debajo de la tierra, de entre las flores que abrían el paso a la figura que a la distancia observaba a Sergio con ojos llenos de tristeza y melancolía; a pesar de estar tan lejos se escuchaba su femenina y embelesadora voz tan cerca de sus oídos como un susurro. De alguna manera, sabía que era la voz de ella, sonaba como el viento que choca en la copa de los árboles y le dijo “Soy prisionera de estas tierras y en lugar de castigar al hombre, le he bendecido sus prados. Un jardín que florece todos los días, en donde los centinelas son tan imperturbables como un árbol y cuidan de mí como la prisionera en que me he convertido. Aun así, conservo a belleza de una flor, pero la fragilidad de una también… abre las puertas a mi libertad, ¡te imploro! y demuestra al mundo y a mi quebrantado corazón que aún existe bondad en el mundo.” Una fuerte ráfaga de viento sopló y Sergio despertó de repente; su corazón crujió con melancolía al recordar las palabras de lo que él creía era una “bruja” en sus sueños. El prado permanecía tan pacífico como cuando lo encontró la primera vez esa mañana, pero él se sentía diferente como si de ahí emanara una seductora e hipnotizante fragancia que lo llamaba y no lo dejaba irse. La noche llegaría pronto y fue entonces cuando el corazón de Sergio entristeció al saber que era hora de regresar a casa.

Por fin regresó a su cabaña y la noche llegó como de costumbre; dejó sus cosas y se preparó para dormir después de la cena, como siempre, pero en su mente las cosas no eran igual, no había otra cosa en la que pensara más que en aquellas flores y en el extraño sueño tan lúcido que ahora era casi como si lo atormentase. Tirado en su cama, la impaciencia por volver al encantado prado de flores crecía y para la madrugada del día siguiente, esta ya era incontenible. Primera hora de la mañana y se dirigió hacia “ella” de nuevo y se encontró nuevamente con el jardín que parecía recibirlo con los brazos abiertos. Tenía la sensación de estar por fin en el lugar que debía estar y de nuevo preparó su siesta bajo aquel frondoso árbol, se sentía feliz, como a quien le hace compañía un gran amigo.

Así, las mañanas del despreocupado Sergio cobraron sentido, su vida y sus días tenían un propósito y aun cuando no estaba cuidando del jardín, en casa pensaba en él mientras hacía los quehaceres. Lo resguardó de las lluvias y las más fuertes tormentas y le dio sombra en los días más soleados y en su vida no había más soledad. No cuidaba de ese prado solo porque era hermoso, sino porque agregaban color a su vida y porque sin ellas, su vida y las colinas no serían los mismos. Con los meses aprendió a amar cada uno de los pétalos de cada una de las margaritas de aquel prado, que día con día irradiaba más color.

Un año más tarde, la bruja de cabellos negro y vestido blanco volvió a los sueños de Sergio y esta vez las flores no se abrían paso, sino que hacían parte de ella a cada paso que daba hacia Sergio, quien yacía en su lugar de siempre bajo el gran árbol.  Una ráfaga de viento que parecían dedos entre su cabello los despertó y abrió sus ojos para verla a su lado. La bruja seguía ahí y la noche había caído sobre ellos, y con tanta suavidad ella pasaba los dedos entre los rizos de Sergio, su sonrisa era tan radiante la luz del sol que resplandecía en las flores en las primeras horas de la mañana y se dio cuenta por fin de que ella había estado en cada rincón del prado todo ese tiempo.

Y de nuevo su melodiosa voz habló: “Meses atrás comenzaste a amarme y desde el primer minuto deshiciste la maldición que había caído sobre mí. Me cuidaste y me acompañaste día tras día y mi corazón creció con un amor tan verdadero que me liberó, pero decidí quedarme…” Mientras las palabras surgían de la boca de ella, Sergio enmudecía y permanecía atónito, el viento soplaba salvajemente a cada una de sus palabras y ella continuó diciendo “… ahora debo irme y no temas porque volveré a ti cuando menos lo esperes y dejaré contigo una parte de mí porque me has demostrado que hay amor en el mundo, en mí.” Su voz cesó y la sensación de un beso en la frente lo trajo de nuevo a la realidad y el quebranto de su corazón fue tan grande que hasta la luna lloró al escucharlo; los árboles que parecían grandes centinelas frondosos, ahora no eran nada más que ramas secas y débiles, el sol ya no brillaba tanto desde ese día y no había más rocío, no había más porque desde ese día el hermoso prado del que Sergio se enamoró no era nada más que tierra seca y agrietada y en el  medio de lo desierto permaneció una pequeña flor, una margarita tan perfectos como los hermosos ojos de la bruja. “Fiorela” dijo mientras arrodillado la observaba con lágrimas en los ojos. La nombró sin saberlo con el nombre de quien lo acompañó por tan largo, pero tan corto tiempo y sonrió; una de las lágrimas que rodó por su mejilla fue secada por el amor que la bruja le dejó, tan suave como el pétalo de una flor.

Fin.

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