Llevo cuatro años perfeccionando esta historia, nunca fui de las que trabaja en una historia por mucho tiempo, en realidad cuando no suelen funcionar las descarto, pero esta vez no fue así. Nunca pude descartarla y siempre regresaba a ella, posiblemente porque había algo en ella con lo que me identificaba o porque simplemente, en el fondo sabía que sería muy liberador escribirlo. Por fin lo logré y estoy muy contenta con el resultado. Además, yo misma dibujé y construí la portada. Espero muchísimo que les guste y como siempre son bienvenidos a darme su opinión ¡Que tengan una noche de lectura inolvidable!
La hija del aire
Por Liza Gabriela N. Pagoada
“Al principio de los tiempos, cuando la tierra permanecía fuera de orden y el sol aun no resplandecía en el cielo, los grandes divinos acomodaron la vida para la propagación del hombre; no esperaban que la sentencia de muerte de las tierras extendidas fuese el ser humano. Al pasar los años, los divinos con decepción y melancolía maldijeron al hombre, todos con grandes catástrofes y plagas; fue el viento, el único que sacrificó de su propia sangre para condenar al humano más allá de sus condiciones físicas, su alma.”
“Angela” dijo en un susurro adormilado mientras acariciaba el lado de la cama que Angela habitaba por las noches, una costumbre que solía tener los sábados por la mañana cuando esperaba encontrarla aun dormida a su lado, pero era una simple fantasía, porque el sueño de ella acababa siempre antes que el suyo. Al levantarse, se encontraba siempre con rastros de envoltorios que indicaban un camino hacia el estudio en donde Angela esculpía, pero jamás era lo suficientemente paciente para abrir la arcilla dentro del estudio. Cristóbal tocó la puerta con cautela y lo primero que vio al abrirse esta, fue el rostro atribulado de ella, quién lo miró expectante por su impetuosa visita.
“Madrugaste” dijo con una sonrisa que él aseguraba era por que estaba feliz de verla, pero Ángela era poco crédula y siempre lo dudaba. Ella sonrió con picardía porque sabía que escondía la verdad a la afirmación de su compañero, pues en realidad había permanecido despierta toda la noche trabajando en un hermoso busto. Cristóbal podía verlo misteriosamente cubierto con una manta al fondo de la habitación, pero nunca se atrevió a preguntarle sobre ello simplemente por su pequeña simplicidad masculina al no querer incomodarle, pero a ella le parecía un gesto algo frío. “Ya casi termino” dijo ella dulcemente, mientras lo despedía cerrando la puerta y sonriendo en un gesto de disculpa y apuro. Ambos permanecieron reflexivos, uno frente al otro con la puerta de por medio por unos segundos; por un lado, Cristóbal pensaba en cómo hacerla feliz y por el otro ella lloraba, porque indecentemente guardaba un tremendo secreto que pronto debería revelar.
Tal vez no era del todo un secreto, lentamente Angela iba perdiendo sus colores y a pesar de ello, el amor de Cristóbal permanecía. “Para ustedes es fácil permanecer” decía ella, mientras reía con tristeza y él jamás lo entendía. Algunas noches eran una pesadilla, porque la angustia que le provocaba a Angela mantener su secreto hacía parecer como si el amor a Cristóbal fuese ausente, pero eso también era un secreto. “¿Qué te sucede?” decía exasperado “Nada” contestaba ella. Y el corazón de Cristóbal se hacía más pequeño pensando que ella no lo amaba tanto como pensaba. “No tiene caso” contestaba ella entre silenciosas lágrimas, y con los brazos cruzados dándose la espalda decidían ir a dormir.
Un sábado en la mañana, Cristóbal palpaba la cama como de costumbre, con esperanzas de toparse con el cuerpo adormilado de Angela, pero ella nunca estaba ahí. Por fin se levantó a buscarla y le extrañó no encontrar el rastro de envoltorios que lo dirigían al estudio. Confundido, llamó a la puerta y tras varios minutos de silencio, el aire ahora era frío y pesado. Aun así, pensó que Angela necesitaría su espacio y pasó su mañana en soledad y no le dio mucha importancia. No era tan importante hasta que notó que la ropa de ella no estaba más en el closet, que sus sábanas no habían sido revueltas y que todas las cosas que le pertenecían no estaban más junto a las suyas.
Su corazón se saltó un latido, y en un arrebato de impulsividad provocado por el miedo, corrió al estudio de Ángela y frenéticamente tocó la puerta y gritó “¿Ángela? ¡Angela! ¿Qué ha pasado? ¡Abre la puerta, por favor!” y con un leve empujón de aire la puerta se abrió lo suficiente para que Cristóbal se diera cuenta de que la habitación estaba vacía; es decir, no había nada, como si nadie la hubiese habitado en años; en realidad, solo había un pequeño banco en una esquina con el busto que Ángela había esculpido, cubierto con un manto viejo y sucio. Al descubrirlo, las lágrimas en los ojos de Cristóbal no pudieron contenerse más y casi como si hubiese visto una escena de horror tapó su boca con la intención de detener un gemido de dolor al ver que era el rostro suyo perfectamente esculpido.
Cristóbal buscó a Angela por todos lados, pero no había ni el más pequeño rastro de su existencia. En realidad, nadie recordaba si en realidad Angela alguna vez fue. Y es que ella era como el viento, el aire que solo pasa y acaricia, pero nunca se queda; que da, pero nunca recibe y que en secreto alimenta, pero jamás ha sido hecho para permanecer.
Fin.