Liza Gabriela N. Pagoada
13 Jan
PIDE UN DESEO

Pide un deseo 

Lecturas de una noche, 2025

Cerraba mis ojos con bruta fuerza, dejándome llevar por la necesidad de encontrar el deseo de cumpleaños perfecto con la esperanza de que, al no dejarlos abrirse, se cumpliría con más certeza mi más grande anhelo. La ingenuidad con la que este deseo cobraba sentido dentro de mis pensamientos, me dibujaba una alegre sonrisa en el rostro en busca de las palabras perfectas.

A pesar del silencio que me otorgaba la oscuridad, a mi alrededor me seducía el viento, trayendo consigo el sonido de la guitarra de la suave melodía que provenía de la radio; con una extraña claridad, la respiración de quien – sentado a mi lado – sostenía su mano sobre mi hombro, resonaba en mis oídos. Me indicaba con tranquilidad que se encontraba a la espera; así comenzó una profunda ensoñación, como si el mundo se hubiese detenido por unos segundos y, con los ojos cerrados, contemplaba lo que ofrecía el mundo a través de mis otros sentidos que parecían estar embriagados de calma y despreocupación.

La habitación permanecía cálida a pesar de que los invitados eran muy pocos, aunque es posible que la calidez manase de mi pecho, que saltaba al son de un corazón alegre, acogido por aquellos que alguna vez lo amaron. Con ello se juntaba el calor de las velas que ardían aún, indiferentes, sobre el pastel de mantequilla que emanaba un suculento aroma.  

Podía escuchar cómo el viento jugaba con los árboles que se asomaban por la ventana del comedor, y sentía cómo el cabello me acariciaba la frente; pensé por un momento lo hermosa que podía llegar a ser la oscuridad. El mundo se abría paso hacia mí de tantas maneras y como una ráfaga repentina, por fin decidí que estaba lista para pedir mi deseo.

Quien permanecía a mi lado, apretó mi hombro con amorosa fuerza, motivada por la emoción de reconocer que mi cuerpo comenzaba a incorporarse para soplar las velas. En una maraña de pensamientos entrelazados, como punzantes voces, escuché un murmullo que me incitó a apagarlas por fin; tomando un fuerte aliento, dejé dibujarse mi más amplia sonrisa y soplé sin vacilar, apagándose inmediatamente y dejando salir ante los cuatro vientos, mi más preciado capricho.

En el instante en que estas se extinguieron, lo hizo junto con ellas, el mundo. La habitación se llenó de un silencio manchado de una sensación macabra, como el silencio de la soledad, el tipo del que surge desde los huesos hacia afuera y al cual tememos aún de adultos y nos acosa en las noches, llamándolo “insomnio”.

El calor de la mano que se sostenía en mi hombro no estaba más, y en su lugar persistía un frío nostálgico. La sensación de una soledad tenebrosa me obligó a abrir los ojos nuevamente. Mi corazón se detuvo por un doloroso segundo que pareció una eternidad al darme cuenta que dentro del comedor me encontraba yo sola, sentada en una solitaria mesa llena de sillas que parecían no haber sentado a nadie desde hacía mucho tiempo. A mi lado tampoco había nadie y frente a mí, un pastel intacto, con las velas recién apagadas.

No entraba el sol por la ventaba, sino más bien una tenue luz parpadeante que provenía de los faros de luz en la calle, iluminando parcialmente la habitación; la radio rompía el silencio con una constante estática, ausente de cualquier melodía.

Todo lo que alguna vez me hizo feliz, se esfumó junto con la llama de las velas. Con un nudo en mi garganta, acentuado por la confusión y con los ojos colmados de lágrimas, volteé hacia un lado para darme cuenta que la única silla fuera de su lugar, la que ocupaba alguna vez – quien en importantes ocasiones me tomó de la mano –  pero ahora estaba vacía.

Han pasado varios años desde ese incidente, y es que tal vez deseé por un amor efímero sin siquiera darme cuenta.

Fin

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